miércoles, 4 de octubre de 2017

El tiempo nace...


El tiempo nace en los acantilados de un poema,
en la cuerda floja donde colgamos los versos,
en los jardines grises y melancólicos,
en los zapatos viejos que guardamos.

El tiempo muere para volver a nacer en mi mano,
al ritmo de la fuente sonora de la plaza  del pueblo,
reivindicando cada campanada de sus pasos,
crucificando los vacíos que deja la ausencia
y escribiendo sobre las sienes los deseos frustrados.

Solo la primavera  puede resucitarlo,
enterrando las hojas  para no dejar  rastro,
cada año con el brindis del amor
y con el beso del eterno enamorado,
convirtiendo en ruinas los deseos del otoño,
intentando expatriar el frio de los inviernos
y adherido al fuego de la vida para que el deshielo
sea el camino que nos lleve hasta el cielo.

Año tras año, modera y divide cicatrices del pasado,
se apodera de los corazones como un imán encaprichado,
amputando los sueños que nos dejó los calores del verano.

Año tras año, los aplausos de sus manillas
abren las heridas que lo azotan sin dañarlo,
meciendo en una cuna los desvelos de las tardes
y soñando en sus brazos… nos deslizamos,
empeñándonos en verle la cara a la luna.

Agarrado al mástil de la vida,
el tiempo corre al favor del viento.
Año tras años…
El piélago, lo arrastra hasta la palma de mi mano.


María Sánchez/ septiembre-2017
Reservados los derechos

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