Saboreando
un whisky o un café,
ese aroma
que entre carcajadas
llora, ríe,
bosteza o te roba una lágrima
y me duermo
soñándote
en cada
suspiro, en cada flor.
Porque yo te
quería,
bebí el
licor que rebosaban tus labios
para
convertirlo en amor firme y divino
materializado
en cuerpo y alma,
y todo quedo en las ruinas de este corazón,
envejecido
en el espacio y el tiempo.
Tú,
desnudaste mi cama
emborrachada
de connotativas escenas,
arruinaste
el placer que dan los sueños
y quedaron
escondidos entre sabanas
para
construir el silencio eterno,
aquel que no
tiene edad
y queda
envejecido en el espacio y el tiempo.
María
Sánchez/ febrero 2017
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