No quiero que sientas frio
y cada tarde te acurruco
entre los brazos del ocaso,
imaginándote con la última sonrisa
que tu boca para mis ojos dibujó.
No quiero que sientas
el frio que me ahoga y me quema
cuando te pregunto,
esperando el suspiro
que me llena de vida
y de sueños prohibidos.
No,
No quiero que sientas frio,
el que recorre mi cuerpo
que me deja muda y vacía.
El frio que salpica
como gotas de sangre
buscando la vida
entre campos de margaritas muertas
llorando la tristeza
del nuevo amanecer
sin el calor de tu presencia.
El frio que paraliza mis venas,
me hunde en el tiempo
y paciente espera
un beso de tu boca.
(M. Sánchez, abril/2013)
Reservados los erechos
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