Los cuerpos
heridos de frío
se
desprenderán de los abrazos,
ya no habrá espinas que pinchen mis dedos
y los ojos
lloraran el silencio eterno,
porque ya no amanece sobre mi regazo aquellos labios.
Los
atardeceres caerán en retazos
y mi boca
dirá el último adiós
porque de sus voz se apagaron los “te amos”.
Dormiré en
mis recuerdos aquellos suspiros,
quizá,
iluminados por la luz del faro,
acurrucados con
el calor de mi pecho,
porque ya no
tengo rosas que vengan de sus manos.
En la
distancia se perderán mis pasos sobre la arena
como se diseminan los besos,
que en el agua quedaron reflejados.
Una flor
barrera la espuma de mis olas
y con su
aroma cálido esparcirá mi ausencia,
porque ya no
me espera la que me regalaba rosas.
María
Sánchez/ noviembre, 2017
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