Juzgamos a la lluvia
porque cae
mansamente,
mientras, nos
embobamos y extasiamos
por la docilidad
con la que se mueve
y bebemos su dulzura sin saber
si son
lagrimas de sueños rotos,
porque cala
su humedad
por los
poros de los huesos,
desde el
punto de partida
que se
empieza a sentir su llanto.
Todo se
pierde en un instante,
cuando la
tormenta lanza su ladrido.
Todo se
pierde en un momento
cuando el
relámpago prende
el fuerte
fogonazo del olvido.
Y después, criticar
a la lluvia
porque nos
hizo sacudir todos los sentidos,
y después, el áspero
llanto
nos consuela
bajo un paraguas,
cubriendo
todas las vergüenzas de un verano.
María
Sánchez/ Noviembre 2015
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