Fui niña en el silencio
sin la dicha merecida.
Me hicieron subir a gatas
por el árbol de la vida,
la corteza se me clava
entre las piernas y las manos.
Nadie me enseñó cómo llegar
a la cima, a lo más alto.
No fue mi infancia
de cuentos de princesas,
ni de bellas durmientes,
ni de hadas y cenicientas.
Fui el triste ángel negro
con alas blancas y rotas
y mi cara una flor roja
de timidez muda y ciega.
Deshoje las margaritas
que yacían en los campos,
cumplí bellas primaveras
con los miedos y fracasos.
Escribí poemas
en papeles mojados
y en tardes de melancolía
narré historias de amor
de príncipes encantados.
En tazas de porcelana
guardo la esencia de la vida
y canto con mi triste voz
la fe de mi alma cautiva.
Después de todo lo vivido,
en un mundo de dolor,
recojo mis pensamientos,
lucho por seguir
hilvanando los recuerdos,
endulzando las derrotas
y le pongo plumas a mis
sueños,
los echo a volar
buscando horizontes nuevos
donde mi voz sea grito,
donde mi grito sea eco
y proclamar la victoria
arrastrada por los vientos.
(M. Sánchez, octubre, 2012)
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