Una
tarde de encajes se resiste a una taza de café
y
unas sandalias en chanclas,
a
dos nombres opuestos en la ira indiscutible,
en
blanco y negro
simbolizando
dos corazones heridos,
olvidados
en el tiempo entre las tinieblas
y
entre balcones sin visillos.
Antepongo
una mano para acariciar la suya
y
la otra para mover el café con la cucharilla,
miro de reojo al gato que inmóvil nos vigila
atento
a la noticia y a la lágrima de mi mejilla
de
la alerta declarada por una pandemia.
Suave
la tarde espera bajo los madroños de la plaza,
el
sol la quiebra mientras se apaga contra
los cristales
y
la furia de las arrugas que este adiós nos deja
limpiándonos
los ojos con el resto de un pañuelo,
sin
poder pronunciar su nombre,
sin
poder conjugar el verbo de nuestros labios,
sin
poder acariciar el ébano donde se guardan las sábanas
que
cubre el cuerpo sin alma de la muerte.
Las
palabras se van rápidas y ligeras,
el
viento se hace sentir, esparciendo la bruma
y…
el humo viaja hacia las estrellas.
Maria Sánchez Román
En los lagares del tiempo
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